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domingo, 15 de noviembre de 2020

Libros imaginados. Libros ilustrados

Letras y textos tienen la virtud de hacer que el lector imagine los objetos, las personas y los hechos por ellos narrados. La palabra imaginación aplica durante la lectura de un libro de tres maneras diferentes: si el libro consiste únicamente de textos, será el lector quien se vea gozosamente obligado a desarrollar sus propias imágenes (de no ser así, la lectura resultaría estéril) en un auténtico ejercicio de recreación interpretativa que, sin embargo, se encuentra supeditada a los límites de su propia experiencia, sus gustos, cultura y estructuras mentales. Esto significa que cuando alguien lee un libro en el que sólo encuentra texto, su mente es la encargada de ilustrar u otorgar imagen –de manera útil y reconocible– a las voces, los personajes, los lugares y las cosas referidos y descritos por el autor. Un segundo tipo de textos llegan al lector acompañados de imágenes o ilustraciones dibujadas, fotografiadas, seleccionadas o encargadas por el autor (y no pocas veces por el editor) con la finalidad de que la narrativa se desarrolle en los límites de su propia imaginería, es decir, al interior del universo interpretativo que concibió. Aunque así pareciera, en este caso el lector no es menos libre, pues si bien las imágenes sirven de guía en el entorno visual y preconcebido del libro, aún puede construir los sonidos, aromas, percepciones del tiempo y sensaciones que mejor le ayuden a disfrutarlo. Finalmente, en algunos libros ilustrados son los textos los que constituyen un complemento a las imágenes, unas veces brindando explicaciones, otras ofreciendo claves para su interpretación y en otras simplemente describiéndolas. De cualquiera de las anteriores posibilidades se colige que, sin importar su origen o naturaleza, los libros son siempre objetos ilustrados.

 

Muchos libros se vuelven entrañables, famosos o memorables precisamente por el hecho de contar con ilustraciones. Para algunas personas sería difícil imaginar un mundo sin las viñetas que Antoine de Saint-Exupéry incluyó en su clásico intemporal El Principito, y hubo un tiempo en que las aventuras de Mr. Sherlock Holmes –publicadas por entregas en el Strand Magazine a principios del siglo XX– habrían sido menos impactantes para sus cautivos lectores sin sus características estampas o grabados. Incluso puede suceder que una sola imagen, como la que ilustra la portada de La conjura de los necios de John Kennedy Toole, ayude al lector en la difícil tarea de imaginar el aspecto de un personaje tan sui generis como Ignatius Reilly. El uso de imágenes o ilustraciones en los libros es una manera lícita de presentar la realidad y un recurso que excita la imaginación, capaz de dotar de autenticidad y dramatismo a obras escritas que presentan mundos de ficción, fantasía o demencia. A lo largo de la historia occidental de la lectura, muchos libros ilustrados han sido catalogados como los más bellos, inspiradores, misteriosos o terroríficos del mundo. Una selección de los más influyentes o hermosos es a todas luces una acción subjetiva y personal que con seguridad no dejará a todo el mundo satisfecho, pero algunos de los libros listados a continuación gozan de justa fama y no merecen menos que ser reseñados para que, con algo de suerte y sensibilidad, quien esto lea los busque y admire.

 

El Beato de Liébana

A finales del siglo VIII un monje llamado Beato redactó en un monasterio del norte de España unos comentarios sobre el Apocalipsis de Juan que por cinco largos siglos estarían llamados a instruir e infundir el temor de Dios ante la inminente llegada de los últimos días. El texto de los comentarios fue iluminado hábil y dramáticamente por muchos monjes artistas del scriptorium, y hoy en 26 de las 35 copias existentes se pueden apreciar alrededor de 98 bellísimas ilustraciones entre las que destacan los cuatro jinetes del Apocalipsis, la mujer y el dragón, el misterio de los siete sellos y las langostas del abismo. A este glorioso manuscrito iluminado se le conoce actualmente como Libro del Beato de Liébana y una de sus copias más célebres yace en la Biblioteca Nacional de España.

 

El Matrimonio del Cielo y el Infierno de William Blake

El Matrimonio del Cielo y el Infierno es un libro poético escrito a finales del siglo XVIII por el legendario William Blake, quien a través de su obra reinterpretó de manera innovadora –y no poco audaz– algunos pasajes bíblicos, inspirándose en la literatura profética y criticando a autores como Emanuel Swedenborg. El libro fue un producto de tiempos revolucionarios y su publicación ilustrada incluyó una serie de enigmáticos aguafuertes con los que Blake intentó desmitificar la polarización de los opuestos universales y dotaron a su obra de un dramatismo inigualable. 

 

Doré y la Divina Comedia

El texto poético de la Divina Comedia, ya de por sí impactante para muchos lectores de inflamada imaginación desde el siglo XIV, alcanzó probablemente su versión final con los magníficos y realistas grabados del prolífico Gustave Doré, quien ilustró la obra de Dante hacia 1867 después de dar vida –y en ocasiones imagen definitiva– a célebres personajes literarios como Don Alonso Quijano, a obras admirables como El paraíso perdido de John Milton y la misma Biblia. El arte de los grabados de Doré en la Divina Comedia fue capaz de hacer visible y real aquello que sólo tenía forma en los temores y los anhelos.

 

Viaje al centro de la tierra, de Jules Verne

Leer la obra de Jules Verne es vivir una exigencia continua para establecer una complicidad entre lector y autor. Sus libros poseen la capacidad de transportarnos a lugares desconocidos y a auténticas utopías e imposibilidades, pero tuvieron también otra virtud, que fue haber sido concebidos y publicados durante el siglo XIX. En esa época, por una gozosa moda editorial ligada al realismo naturalista, las novelas y los relatos se imprimían con imágenes intercaladas cada cierto número de páginas para ilustrar un enunciado impactante del relato. En el caso de muchas obras de Verne, como es el caso de Viaje al centro de la tierra, el encargado de interpretar y establecer en nuestras mentes las imágenes antes sólo imaginables de paisajes infraterrestres poblados de hongos gigantes, dinosaurios y cristales colosales, fue el ilustrador Édouard Riou alrededor de 1864.

 

Manuscrito Voynich

Si de rarezas bellamente ilustradas se trata, no se puede dejar de lado el misterioso Manuscrito Voynich, que fue confeccionado, pintado y manuscrito en los albores del siglo XV en un alfabeto y lenguajes desconocidos. En este documento la belleza de las insólitas ilustraciones, que parecen formar parte de una compleja imaginería fundada en lo inexistente, se complementa con una pulcra caligrafía que encierra secretos de herbolaria, astronomía, biología, cosmología, farmacéutica e instrucciones para algo semejante a recetas medicinales o alquímicas. Las enigmáticas imágenes parecen describir plantas nunca vistas, personas en extrañas posturas o misteriosos rituales y eventos estelares o calendáricos. Hasta nuestros días el manuscrito permanece indescifrable.

 

El Códice Florentino de Fray Bernardino de Sahagún

El fraile franciscano, hoy reconocido como el padre de la etnografía, redactó su magna obra “Historia general de las cosas de la Nueva España” en un período que se prolongó por más de cuarenta años entre 1539 y 1585. Fray Bernardino consultó e interrogó a los indios sobrevivientes de la conquista y redactó varias versiones preliminares antes de supervisar el manuscrito ilustrado que hoy se conoce como Códice Florentino, una colección de 12 libros divididos temáticamente cuyas ilustraciones y viñetas, dibujadas por hábiles indios artistas o tlacuilos, delatan los inicios del mestizaje cultural al combinar con gran armonía y belleza la iconografía prehispánica con la estética postmedieval. El resultado fue un volumen enciclopédico cuyas ilustraciones sirven de apoyo al texto náhuatl-castellano con el que se describieron rituales, cosmogonía, zoología, herbolaria, gastronomía, religión, política e historia del pueblo Mexica conquistado.

 


 

®Alberto Peralta de Legarreta

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