En realidad no hay Luna. Se trata tan sólo de una idea fija en la profundidad de nuestras mentes que el hombre se ha empeñado en transmitir a través del tiempo. De un modo casi genético, nuestros sentidos han aprendido a dibujar esta idea en el cielo, a verla esconderse rápidamente detrás de las nubes e incluso hacerla responsable de las mareas. La verdad es que hacía falta algo en el cielo nocturno, tan poblado de estrellas y luces lejanas que con seguridad hizo que los primeros humanos se sintieran solos y empequeñecidos. Fue entonces una noche, tal vez alrededor de una hoguera, que de común acuerdo se creó a la Luna con base en una idea simple: ahora habría luz en las tinieblas. Los padres señalaron a sus hijos el lugar en el que estaba y en el que habrían de hallarla todas las noches, hablándoles de su infinita blancura, redondez y cercanía. Así, durante muchos años, muchos siglos, la Luna permaneció a la vista de todos. Sin embargo eran pocos los que lograban ponerse de acuerdo acerca de su aspecto, por lo que surgieron diversas religiones, basadas en otras tantas creencias, las cuales causaron una división tan grave entre las personas que casi fue la causa de la desaparición de la Luna. Por fortuna no fue así, pues en medio de las álgidas guerras y discusiones un pequeño pero decidido grupo de cosmógrafos comenzó a difundir la idea de que la luna se movía. Ante tan revolucionaria propuesta miles de hombres y mujeres se escandalizaron, pero al mirar el cielo hubieron de rendirse ante la evidencia; la Luna no sólo parecía moverse, sino que —como a su vez otro grupo, esta vez de dramaturgos, hizo notar— su movimiento le confería diferentes aspectos cada noche. Tiempo después una primitiva feminista estableció la duración del ciclo lunar, basado sin duda en el período de fertilidad humano, que ha tenido enorme aceptación hasta nuestros días. A otra mente genial (lamentablemente anónima) se le ha atribuido la caracterización de las fases lunares, básicas para la cabal explicación de los diferentes grados de luminosidad y contornos de la Luna, conocimiento esclareció el misterio de la súbita desaparición del cuerpo celeste durante las dos últimas noches del ciclo, hecho que había señalado con anterioridad un célebre poeta ciego de la antigua Sumeria.
Hoy la Luna es el símbolo del triunfo de las ideas. Se ha convertido en algo tan palpable que de hecho hemos visto personas viajar a ella y caminar en su superficie. Hoy posee mares y montañas, valles y casquetes polares con agua congelada en los que es justo sospechar que existe vida. La Luna es uno de esos pocos sueños que han tenido la virtud de poder estar en otros sueños, y éstos en otros, infinitamente, hasta la Realidad. Pues quién nos dice que esta Realidad no es otra cosa que un sueño redescubierto cuyo origen en el tiempo hacía mucho que estaba olvidado.
Objetario (circa 2002)
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