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lunes, 22 de julio de 2019

Y como lugar poco común, el poeta Julio Cortázar


Usualmente recordamos a Julio Cortázar por su novela Rayuela de 1963, que contrario a lo que muchos piensan no es un texto no-lineal (aunque sí altamente experimental) y sí un texto lineal con interpolaciones meta-temporales que se ofrecen alternativas y opciones al lector. La novela y buena parte de la obra de Cortázar se inscribe en el boom latinoamericano donde efectivamente los autores coquetearon con las formas aparentemente caóticas de otras expresiones, la flexibilidad e incluso posibilidad de ruptura con el lenguaje e incluso con el jazz. Estas posibilidades se observan en la obra de Cortázar con propuestas que parecen inspiradas por vanguardias como el cubismo y el surrealismo (los textos de narración multifacética, el entrecruce del mundo mágico con la realidad subjetiva) así como la invención del lenguaje Glíglico, inspirado tal vez en sus antepasados vanguardistas Oliverio Girondo y Vicente Huidobro, del célebre capítulo 68:


 “apenas se entreplumaban, algo como un ulucordio los encrestoriaba, 
 los extrayuxtaba y paramovía, de pronto era el clinón, la esterfurosa convulcante de las mátricas, 
la jadehollante embocapluvia del orgumio, los esproemios del merpasmo 
en una sobrehumítica agopausa"

Otros más recuerdan a Cortázar gracias a sus cuentos, algunos de los cuales eran lectura obligatoria en un muy antiguo programa literario de secundaria a través de libros como “El cuento hispanoamericano” de Seymour Menton. Los lugares comunes para esta vertiente del recuerdo son textos como Casa tomada y el surreal La autopista del sur, aunque no es posible olvidar otros, cortísimos, que hicieron época: las Historia de Cronopios y de Famas y su Manual de instrucciones. Julio Cortázar fue un narrador excepcional con la capacidad de extirpar al lector de su realidad para insertarlo a través de una sutil membrana al campo de lo paranormal. No en vano fue traductor de Edgar Allan Poe y se relacionó tan bien con el laberíntico y poético Borges.

Sin embargo, a Cortázar muy pocas veces lo recordamos por su poesía. Tal vez sea porque el primero de sus libros en verso lo escribió en 1938 firmando con un pseudónimo; el siguiente se puso a jugar, vanguardista como era con el lenguaje, confundiendo poemas con pameos y meopas. Un tercer libro apareció cuando él ya no estaba en el mundo. En este último Julio utilizó como título la línea final de la traducción de Octavio Paz para un haikú escrito por Matsuo Bashô, en el que como debe ser, el poeta japonés detuvo la eternidad:

«Este camino
ya nadie lo recorre 
salvo el crepúsculo»

Salvo el crepúsculo es un libro de poemas, milongas y canciones que pasan de la prosa al verso y de regreso sin pudor alguno. Es un libro rítmico que se recomienda leer (como su cuento “El perseguidor”) con un fondo de jazz que sea plenamente consciente de que acompaña improvisaciones, como los que proveía Charlie Parker. A Cortázar siempre se le recomienda. Léelo y siéntelo, digo yo, que no voy a contradecir a los que saben.



[Para leer en forma interrogativa]

Has visto
verdaderamente has visto
la nieve los astros los pasos afelpados de la brisa
Has tocado
de verdad has tocado
el plato el pan la cara de esa mujer que tanto amas
Has vivido
como un golpe en la frente
el instante el jadeo la caída la fuga
Has sabido
con cada poro de la piel sabido
que tus ojos tus manos tu sexo tu blando corazón
había que tirarlos
había que llorarlos
había que inventarlos otra vez.


Conseguí mi ejemplar de Salvo el Crepúsculo alrededor de 1994 en la extinta Librería El Parnaso, en Coyoacán, cuando Alfaguara publicó una segunda edición en su décimo aniversario. Recuerdo el  profundo impacto que me causó y la manera en que con él Cortázar me introdujo al mundo del Haikú, oficio poético que ejercí de manera idealista unos meses, como debía ser.


Cortázar, Julio (1984). Salvo el Crepúsculo, España: Alfaguara.

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