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viernes, 19 de julio de 2019

Si la crisis llegare, gato degustar pudieres

O también sin crisis, para qué esperar. Eso es lo que hace algún tiempo y espacio hubiera dicho la gente común ante la posibilidad de llevar a la mesa un delicado guiso de carne de gato, enfrentando o no la penuria. Al fin y al cabo, aunque cueste aceptarlo, el gato es carne, tal como lo son los gusanos, las lombrices, el perro o incluso el ser humano. Es cultura lo que evita que seamos tan selectivos, tanto, que nos parece adecuado comer carne de mamíferos como las ovejas y las vacas, pero sentimos aversión a engullir (o siquiera imaginar que lo hacemos) carne de roedores o mascotas. Todo es carne, pero no toda esa carne tiene el mismo significado. Incluso a la vaca, que tan felizmente deglutimos y deseamos, debemos cambiarle su significado desmembrándola y despersonalizándola antes de consumirla; vaya, incluso se le priva de su nombre para que no signifique lo que significaba y es así que queda convertirla en cosa: Res



Comer gato es algo que no contemplamos porque ha dejado de estar en nuestro imaginario occidental. Se trata de otro mejor amigo del ser humano, parte de la familia ¿Cómo, pues, pensar siquiera en que llegue a formar parte de nuestro cuerpo tras su cocción y digestión? La pura idea es hoy prosaica y sacrílega, pero no podemos defenderla de su pasado. Muchos pueblos comieron y siguen comiendo gato ya sea por engaño o simple gusto. Claro está que como todo alimento, su consumo está ligado a significados y estamentos; es por ello que comer gato haya sido visto desde siempre como parte de la ingesta de los pobres, más ligada a la subsistencia que al buen gusto. Apelativos hirientes como pelagatos ("¿cómo es que andas con ese pelagatos?") pobrete desdichado (dicho por Fray Hernando de Santiago en su obra Consideraciones sobre todos los Evangelios, impresa en Valladolid en 1606) hablan de la baja ralea de quienes solían cazar a los inocentes felinos para desmembrarlos, cocinarlos e ingerirlos. Sin embargo, y para sorpresa de muchos, todo parece indicar que en ciertas ocasiones los ricos también consumieron gato, y tenemos el ejemplo renacentista del célebre Llibre del Coch, escrito o compilado para gente noble por el Maese Ruperto de Nola hacia 1525, donde se observa esta delicada y práctica receta calificada como "buena vianda", comparable al conejo o al cabrito: 



Quizás desde esos tiempos esta controvertida semejanza de las formas, las carnes y la voracidad de algunos comerciantes sirvieron para acuñar la advertencia de que "no te vayan a dar gato por liebre", algo que tal vez nunca importó mucho porque en Valencia y Galicia hoy se pueden encontrar guisos de gato con limón y tomillo. En Vietnam, al otro lado del mundo, se consumen cotidianamente unas conocidas albóndigas de gato, y de igual manera que se hiciera con pollo en Occidente, allá se estila un caldo de gato para curar dolencias y aportar bienestar a los enfermos. Pero volvamos a Occidente, donde "no se come gato", pero sí se beben o bebieron "vinos con gato". Por raro que pueda sonar, se utilizaban cadáveres de estos felinos para acelerar ciertas fermentaciones, y los conocedores podían reconocer y denunciar estas infames prácticas al detectar residuos grasosos en los bordes de sus vasos. En otros lugares del mundo, como Sudamérica, el consumo de gato puede ser incluso cotidiano (como en Perú), aunque no en todas partes aceptado (como en Argentina, donde a ciertos pobres e indigentes se les estigmatiza como "comegatos" por razones más que obvias).

Ante tales evidencias, cabría preguntarse si, al igual que se afirma que ciertas barbacoas mexicanas callejeras están hechas con carne de perro ("guaguacoa"), existen puestos que expenden mixiotes en cuyo interior se esparzan trozos de gato adobado, en vez de conejo.

¿Cómo saberlo, si todo es carne?.





1 comentario:

  1. En algunos pueblos de China también son comunes los platillos prepreparados con gato. En lo particular no me gustaría probarlo.

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